24.2.13

La tendencia a la síntesis


La tendencia a la síntesis
extraído textualmente de PSICOLOGÍA ESOTÉRICA II (AAB)

El primero de los factores que revela la naturaleza divina y el primero de los grandes aspectos sicológicos de Dios es la ten­dencia a la síntesis, que existe en toda naturaleza, en toda conciencia y es la vida misma. El impulso motivador de Dios y su descollante deseo es lograr la unión y la unificación. Ésta fue la tendencia o cualidad que el Cristo trató de revelar y dramatizar para la humanidad. En lo que se refiere al cuarto reino de la naturaleza, Sus grandiosos pronunciamientos, expresados en el capítulo XVII de San Juan, son un llamado a la síntesis y nos exhortan a alcanzar nuestra meta: 
“Ya no estoy en el mundo; pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti, Padre Santo, los que me has dado vigílalos en tu nombre, para que sean Uno, así como lo somos nosotros...
Les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te ruego que los saques del mundo, sino que los protejas del mal.
No son ellos del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Pero no ruego solamente por ellos, sino también por los que han de creer en mi, por la palabra de ellos.
Para que todos sean uno, así como tú, oh Padre, estás en mí, y yo en Ti, que también ellos estén en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
La gloria que tú me has dado yo les he dado para que sean uno así como nosotros somos uno.
Padre, aquello que me has dado, deseo que donde yo estoy, ellos estén conmigo; para que vean la gloria que me has dado; por cuanto me has amado desde antes de la fundación del mundo.”

Esto nos indica la síntesis del alma y del espíritu, y también subraya la síntesis del alma y la materia, completando la fusión y la deseada unificación.

Pero la síntesis de la Deidad, Su tendencia a mezclar y fusio­nar, es mucho más incluyente y universal que cualquier posible expresión del reino humano que sólo es una pequeña parte del todo mayor. El hombre no es todo lo que puede llegar a ser ni es la consumación del pensamiento de Dios. El alcance de este instinto a la síntesis sustenta a todos los uni­versos, constelaciones, sistemas solares, planetas y reinos de la naturaleza, así como también el aspecto actividad y la realización del hombre, el individuo. Dicho instinto es el principio que rige a la conciencia misma, y la conciencia es la síquis o alma que pro­duce la vida síquica; es percepción subhumana, humana y divina.

Respecto al hombre, se han postulado las siguientes expresio­nes sicológicas:
1. Instinto. Está debajo del nivel de la conciencia, pero protege y gobierna los hábitos la vida del organismo. Gran parte de la vida emocional es regida de este modo. El instinto controla por intermedio del plexo solar y de los centros inferiores.

2. Intelecto. Es autoconciencia inteligente que guía y dirige la actividad de la personalidad integrada, por medio de la mente y el cerebro, actuando a través de los centros laríngeo y ajna.

3. Intuición. Es la conciencia gru­pal y, oportunamente, controlará nuestras mutuas relaciones, cuando funcionemos como unidades grupales. Actúa a través del corazón del centro cardíaco, y es ese instinto elevado que permite al hombre reconocer y someterse a su alma y también a su control e impresión de la vida. 

4. Iluminación. Esta palabra debería emplearse para designar a la conciencia superhumana. Este instinto divi­no permite al hombre reconocer el todo del cual forma parte. Actúa mediante el alma del hombre, utilizando el centro coro­nario y, eventualmente, inunda de luz o energía a todos los centros, vinculando al hombre conscientemente con las corres­pondientes partes del divino Todo.

La tendencia a la síntesis constituye el instinto inherente en todo el universo y, sólo ahora, el hombre está percibiendo su proximidad y potencia.

Este atributo divino del hombre hace que su cuerpo físico sea parte integrante del mundo físico; lo hace síquicamente gregario y está dispuesto a vivir en grupos (por elección u obligación). Este principio, actuando o funcionando por medio de la conciencia humana, ha conducido a la formación de nuestras enormes y modernas ciudades -símbolos de una futura civilización más elevada, denominada Reino de Dios, donde las relaciones entre los hombres serán excesiva y síquicamente estrechas. El instinto a la unificación subyace en el misticismo  las religiones, pues el hombre busca siempre una relación más estrecha con Dios y nada puede detener esta unificación (en la conciencia) con la Deidad. El instinto es la base de su sentido de inmortalidad y garantiza la unión con el polo opuesto de la personalidad, el alma.

Siendo un atributo de la Deidad y un instinto divino y parte de la vida subconsciente de Dios Mismo, es evidente que, dada la premisa original de que existe un Dios trascendente e inmanente, no tenemos por qué temer ni tener malos presenti­mientos. Los instintos de Dios son más fuertes, vitales y puros que los de la humanidad y, con el tiempo, triunfarán, se expresarán y florecerán en toda su plenitud. Los instintos inferiores, contra los cuales lucha el hombre, sólo son distorsiones -en tiempo y espacio- de la realidad; de ahí el valor que tiene la enseñanza ocultista cuando dice que reflexionando sobre lo bueno, lo bello y lo verdadero, trasmutamos nuestros instintos inferiores en cuali­dades divinas superiores. El poder atractivo de la naturaleza instintiva de Dios, con su capacidad para sintetizar, atraer y mezclar, colabora con los poderes incomprendidos de la naturaleza del hombre y hace que la oportuna unificación con Dios, en vida y propósito, sea un acontecimiento inevitable e irresistible.

Los estudiantes pueden vincular las leyes del universo y de la naturaleza a este instinto o tendencia a la síntesis y a la unificación, el cual está estrechamente relacionado con la Ley de Atracción y el Principio de Coherencia. En el futuro se realizarán grandes estudios sobre estas relaciones. Esta serie de libros de texto sobre ocultismo y fuerzas ocultas que he escrito, están des­tinados a servir de jalones y faros en el camino del conocimiento. Contienen indicios y sugerencias, pero cada estudiante debe inter­pretarlos de acuerdo a la luz que posee, analizar lo que acontece a su alrededor a la luz del Plan y del conocimiento que aquí se imparte y tratar de descubrir por sí mismo el surgimiento de la naturaleza síquica instintiva de la Deidad en los asuntos mun­diales y en su propia vida, porque esto sucede constantemente. También ha de recordar que él posee una naturaleza síquica que es parte de un todo mayor y está sujeto, por lo tanto, a recibir impresiones de fuentes divinas. Debe cultivar la tendencia a la síntesis y convertir en uno de los pensamientos clave de su vida diaria, las palabras: “que mi conciencia no sea separatista”.

El instinto a la síntesis (porque concierne a la naturaleza síquica de la Deidad) nada tiene que ver con la expresión física del sexo, pues éste está regido por otras y leyes controlado por la naturaleza física. H.P.B. dijo que el cuerpo físico no es un principio. Las siete tendencias básicas que estamos analizando son estrictamente síquicas o sicológicas.

La captación de la naturaleza de estos impelentes atributos síquicos de Dios deberían capacitar al hombre para poner todo el peso de su aspiración síquica del lado de estas emergentes cuali­dades. Por ejemplo, en la vida diaria, tendría que trabajar por lograr la unificación con todos los seres, tratando de penetrar en el corazón de su hermano; esforzarse para llegar a ser uno con la vida de todas las formas; rechazar toda tendencia a las reac­ciones separatistas, porque conciernen a la innata siquis heredada de los átomos, de la materia y la sustancia, que consti­tuyen la naturaleza forma, los cuales han sido traídos, reordena­dos y reconstruidos en las formas que pertenecen a la actual manifestación de Dios. Contienen en sí las simientes de la vida material y síquica, adquiridas en un universo anterior. No existe otro mal.

La sepa­ratividad es contrarrestada cuando el hombre permite que la “tendencia hacia la síntesis” afluya a través de él como potencia divina y condicione su conducta. Dichas tendencias divi­nas han constituido los impulsos básicos y subconscientes desde los albores de la evolución. La humanidad puede adaptarse hoy conscientemente a ellos y apresurar el momento en que reinará la verdad, la belleza y la bondad.

Los discípulos mundiales y el Nuevo Grupo de Servidores del Mundo, los aspirantes inteligentes y activos, tienen hoy la responsabilidad de reconocer estas tendencias y la tendencia a la unificación. El trabajo de la Jerarquía está en la actualidad peculiarmente conectado con esto, y Ella y todos nosotros, debemos fomentar y nutrir esta tendencia, dondequiera la observemos. La estandarización y la regimenta­ción de las naciones sólo son un aspecto de este movimiento para lograr la síntesis, pero está siendo mal aplicado y prematuramente puesto en vigencia. Todos los movimientos que tienden a las sín­tesis nacional y mundial, son buenos y correctos; pero deben ser consciente y voluntariamente emprendidos por hombres y mujeres inteligentes; los métodos empleados para llevar a cabo esta fusión no deben infringir la ley del amor. El impulso actual hacia la unidad religiosa es también parte de la belleza que emerge y, aunque las formas deben desaparecer (porque son el origen de la separatividad), debe ser desarrollada la síntesis espiritual interna. Se mencionan aquí estos dos destacados ejemplos de esta divina tendencia, cuando emergen en la conciencia humana, porque deben ser reconocidos. Todas las almas que están en proceso de despertar tienen que trabajar para tales fines. Desde el momento que hay un conocimiento y destello de comprensión, allí comienza la res­ponsabilidad del hombre.

Estudiemos las tendencias mundiales de hoy, que indican la presencia activa de esta tendencia, y fomentémosla allí donde podamos... una tarea práctica y ardua. La imposición de un atributo síquico divino presentido en la vida de la forma (con sus propios hábitos síquicos) pondrá a prueba los poderes de cualquier discípulo. Se nos exhorta a realizarlo para bien del Todo mayor.
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