16.5.12

Nicholas Roerich y Helena Roerich

Nicholas Konstantinovich Roerich nació en San Petersburgo, Rusia, el 9 de octubre de 1874. A temprana edad demostró curiosidad y talento. A los 9 años, un conocido arqueólogo realizó exploraciones en la región y llevó al joven Roerich a sus excavaciones de los túmulos locales. La aventura de revelar los misterios de las eras olvidadas con sus propias manos, despertó un interés en la arqueología por el resto de su vida. También desarrolló interés por coleccionar artefactos prehistóricos, monedas, y minerales, y construyó su propio vivero para el estudio de plantas y árboles. Aún joven, Roerich demostró una habilidad particular para el dibujo, y cuando cumplió 16 años comenzó a considerar entrar a la Academia de Bellas Artes y seguir una carrera artística. No obstante, su padre no consideraba la pintura una vocación apropiada para un miembro responsable de la sociedad, e insistió en que Nicholas siguiera sus pasos en el estudio de derecho. Se logró un acuerdo, y en el otoño de 1893 Nicholas se matriculaba simultáneamente en la Academia de Bellas Arte y en la Universidad de San Petersburgo.

En 1895, Roerich conoció al destacado escritor e historiador Valdimir Stasov. Este le presentó a muchos de los artistas y compositores de la época: Musorgski, Rimski-Korsakov, Stravinski, y el bajo Feodor Chaliapin. En los conciertos del Conservatorio de la Corte escuchó los trabajos de Glazunov, Liadov, Arensky, Wagner, Scriabin y ProkÓfiev por primera vez, y desarrolló un entusiasmo ávido por la música. Wagner llamó su atención en particular, y durante su carrera como diseñador teatral, creó diseños para la mayoría de las óperas del compositor. Es más, a la pintura de Roerich se pueden aplicar adecuadamente términos y analogías musicales. Con frecuencia relacionaba la música al uso del color y de las armonías de color, y aplicó esta sensación a sus diseños para la ópera. Nina Selivanova en su libro The World of Roerich escribe: «La fuerza original del trabajo de Roerich consiste en una simetría magistral y marcada, y un ritmo definido, como la melodía de una canción épica.» A finales del 1890 hubo un florecimiento de las artes rusas, particularmente en San Petersburgo, donde la vanguardia formaba grupos y alianzas, dirigidas por el joven Serguei Diaguilev, quien estaba uno o dos años por encima de Roerich en la Facultad de Derecho y quien además estuvo entre los primeros en apreciar su talento como pintor y estudiante del pasado ruso.

Uno de los primeros logros de Diaghilev fue la fundación, junto a la Princesa María Tenisheva y otros, de la revista El Mundo de Arte. Esta revista de corta vida tuvo una influencia importante en los círculos artísticos rusos. La revista se declaró la enemiga de los académicos, los sentimentalistas, y los realistas. Presentó a sus lectores, compuestos en su gran mayoría de la clase intelectual, los elementos principales de los círculos artísticos rusos, el post-impresionismo europeo, y el movimiento modernista. Roerich contribuyó con la revista y formó parte de su junta editorial. Otros de los pintores rusos que estuvieron involucrados fueron Alexandre Benois y León Bakst, quien más adelante se convirtieron en compañeros de trabajo de Roerich durante los comienzos del Ballet Ruso Diaghilev.

Al terminar su tesis universitaria, Roerich planificó viajar durante un año por Europa para visitar museos, exhibiciones, estudios y salones de Paris y Berlín. Antes de partir conoció a Helena, hija del arquitecto Shaposhinov y sobrina del compositor Mussorgsky. Se casaron a su regreso de Europa.

Helena Roerich fue una mujer dotaba de habilidades poco comunes, una pianista talentosa, y autora de varios libros, entre éstos Fundamentos del Budismo y una traducción al ruso de Doctrina Secreta de Helena Blavatsky. La recopilación de sus Cartas, en 2 volúmenes, son un índice para la sabiduría, profundización espiritual, y consejos simples que compartía con una multitud de personas con las que mantenía correspondencia, tanto enemigos como amigos y compañeros de trabajo. Juntos, Nicholas y Helena Roerich fundaron la Sociedad Agni Yoga, la cual adoptó una ética activa que abarcaba y resumía las filosofías y enseñanzas religiosas de todas las eras.


Impulsado por la necesidad de proporcionar ingresos para su nuevo hogar, Roerich solicitó y obtuvo el puesto de Secretario de la Sociedad de Incentiva del Arte, convirtiéndose más adelante en su director, primero de los muchos puestos que ocuparía como maestro y portavoz de las artes. Roerich tomó la determinación de examinar detenidamente la Sociedad y rescatarla de la mediocridad académica en la que había caído durante tantos años. Instituyó un sistema de adiestramiento en arte que aún hoy día parece revolucionario: enseñar todas las artes -- pintura, música, canto, danza, teatro, y las llamadas «artes industriales», como cerámica, pintura sobre porcelana, alfarería y dibujo mecánico -- todo bajo el mismo techo, y dar a la facultad rienda suelta para que diseñara su propio currículo.

La fecundación cruzada de las artes que promovió Roerich, fue evidencia de su inclinación para armonizar, unir, y encontrar correspondencias entre los conflictos aparentes u opuestos en todas las áreas de la vida. Esta era la marca distintiva de su pensar, y uno lo ve demostrado en todas las disciplinas que exploró. Buscó constantemente romper con la división en compartimentos, y, de hecho, aún su propio arte desafió la categorización y creó un universo personal único. También en sus escritos sobre ética se puede ver que buscaba constamente conectar los problemas éticos con el conocimiento científico del mundo a su alrededor. El don de Roerich fue que estas «conexiones» le parecieran tan naturales y se presentaran en todas las manifestaciones de la vida. Y fue este talento para la síntesis, la cual admiraba en los demás y estimulaba en los jóvenes, lo que le permitió correlacionar lo subjetivo con lo objetivo, lo filosófico con lo científico, la sabiduría oriental con el conocimiento occidental, y construir puentes de entendimiento entre estas contradicciones aparentes. Nos recordó que con frecuencia estas contradicciones eran por la ignorancia del hombre, y de que una conciencia desarrollada, la cual todo individuo estaba obligado de buscar, guiaría al reconocimiento eventual de lo ilusorio, o de la relatividad, de las cosas. Como Garabed Paelian afirma: «Roerich aprendió cosas ignoradas por otros hombres; percibió las relaciones entre fenómenos aparentemente aislados, e inconscientemente sintió la presencia de un tesoro desconocido.» Quizás es este «tesoro desconocido» que en las pinturas de Roerich habla al observador que está armonizado con el significado implícito, y explica los sentimientos transcendentales que algunos experimentan con sus cuadros.

En 1902, los Roerich celebraron el nacimiento de su primer hijo, George, y en los veranos de 1903 y 1904, emprendieron un largo viaje por cuarenta ciudades a lo largo de Rusia. El propósito de Roerich era contrastar los estilos y el contenido histórico de la arquitectura rusa. El viaje fue uno de descubrimiento: por dondequiera que fueron logró localizar los restos de los monumentos del pasado ancestral, iglesias, murallas de ciudades, y castillos. Se dió cuenta de que en muchas ocasiones éstos habían sido desatendidos durante siglos. Como arqueólogo e historiador de arte estaba consciente de la importancia clave que tenían para la historia cultural de Rusia. Decidió captar la atención sobre esta situación y en alguna manera lograr que fueran protegidos y conservados, y con esta meta en mente pintó una serie de setenta y cinco cuadros que representaban las estructuras.

A su regreso en 1904, Roerich hizo público su plan con la esperanza de crear protección en todas partes para los tesoros culturales, algo que se consumó 31 años más tarde con el Pacto de Roerich. Esta forma de pensar no era común en esos días, y anticipó la importancia que, hoy en día, la mayoría de las naciones del mundo le dan a la conservación de su herencia cultural. Así pintó la primera de sus obras con temas religiosos. Estos trataban principalmente de santos y leyendas rusos, e incluyen Mensaje a Tirón, El Horno de Fuego, y El Ultimo Angel, temas a los que regresó con númerosas variantes muchos años después.

El Tesoro de los Angeles fue descrito por un escritor: «Una multitud de ángeles con vestimentas blancas están parados silenciosamente fila tras fila guardando un tesoro misterioso con el cual están unidos todos los destinos del mundo. Es una piedra negra-azulada con una imagen del crucifijo grabada, brillando con matices esmeralda.» Los ángeles son una representación temprana de los Maestros jerárquicos que poblaron el corazón de la creencia de Roerich en la Gran Hermandad, vigilando y guiando a la humanidad en su viaje eterno de la evolución. La «piedra» creada por Roerich, es la representación de una imagen recurrente de distinta forma en sus pinturas y, a lo largo de sus escritos. La palabra «tesoro» figura notablemente en los títulos de muchas de las pinturas de Roerich, como, por ejemplo, en El Tesoro de la Montaña y en

Tesoro Escondido no es a la riqueza material a lo que se refiere, sino a los tesoros espirituales escondidos, aunque disponibles, para aquellos con la voluntad para desenterrarlos. La búsqueda de Roerich de tesoros arqueológicos continuó. La Edad de Piedra le intrigaba y amasó una gran colección de artefactos de esa era.

Con frecuencia sus pinturas reflejaban este interés, como en Tres Espadas en la cual el tema es arqueológico, y alude a una leyenda antigua. Roerich escribió sobre la extraordinaria similaridad de las técnicas y los métodos de ornamentación de la Edad de Piedra en regiones muy distantes del globo. Al comparar estas correspondencias, llegó a conclusiones instructivas en cuanto a la coincidencia de la expresión y creatividad humana.
 

Helena Blavatsky

Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavátskaya —Елена Петровна Блаватская, en ruso—, (Yekaterinoslav, 12 de agosto de 1831 - Londres, 8 de mayo de 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna. Sus libros más importantes, de entre tantos que escribió, son Isis sin velo y La Doctrina Secreta, de 1875 y 1888, respectivamente. Es la mujer que abrió las puertas a la sabiduría eterna a través de las Estanzas de Dzian y su contacto con los maestros de la Jerarquía Morya y Khoothumi. Ella solía llamar la atención de cuantos la rodeaban. Se rebelaba contra toda rutina exigida. Era exclusiva, original, agotaba la paciencia de aquellos que fueron sus maestros de escuela; pero asombraba su enorme capacidad para aprender lenguas extranjeras, así como su facilidad para asimilar los conocimientos.

El secreto de su magnetismo residía en sus innegables y extraordinarios poderes psíquicos. Los elementos naturales innatos de los que se valía para producir sus extraños fenómenos eran:
Un enorme bagaje de conocimientos mágicos, sumados a su contacto con maestros ocultos.
Su formidable intuición en relación con los problemas filosóficos, el origen de las razas, los fundamentos de las religiones. Su enorme facilidad para descifrar símbolos cabalísticos sumamente primordiales.
Las circunstancias que rodeaban a su persona. Incendios voraces cuyas llamas no quemaban; aparición de dibujos y escrituras en papeles en blanco; materialización de objetos perdidos; campanas que sonaban sin que nadie las tocase, etc.
Las Estancias Del Dzyan
Madame Blavatsky tiene acceso al libro Las estancias de Dzyan de una forma misteriosamente dramática. El enigmático Libro de Dzyan (así lo llamó nuestra protagonista) se encontraba, y se encuentra aún en nuestros días, en la “Gran Biblioteca Universal” cuya “sede central” está situada en una enorme estancia de algo más de 250 m de profundidad bajo el cordón de la vertiente del Himalaya, y es propiedad del Rey del Mundo. Nadie, absolutamente ningún ser humano tiene acceso al Gran Libro de los Misterios Develados. No obstante, Helena Blavatsky tuvo acceso a él por “imposición” de su maestro.

Una tarde, encontrándose Madame Blavatsky en El Cairo, ve materializarse, ante sus acostumbrados ojos a este tipo de fenómenos, un libro que no poseía tapas sino que eran tablillas labradas de símbolos. Como comprendía todo tipo de simbología, comenzó a notar las enseñanzas que le brindaban esas tablillas y así tuvo acceso al conocimiento más extraordinario que puede tener el ser humano.

Gracias a las notas que tomaba El coronel Olcott, un gran amigo y colaborador de Helena Blavatsky, se conocen algunos pasajes de éste misterioso escrito. En algunas partes del libro de Dzyan se menciona que en la Tierra hubo seres vivientes hace 18 millones de años, y que estos seres, sin huesos, como si fueran de “goma”, vegetaban sin entendimiento ni inteligencia. Debieron de haberse creado a sí mismos por división. De este modo, ya a través de una larga evolución, debió de haber aparecido, hace cuatro millones de años, una especie pacífica de seres que vivió un periodo de suave deleite, en un mundo de sueños felices.

Durante los 3 millones de años siguientes se desarrolló una raza de gigantes, de seres muy distintos. Los gigantes eran hermafroditas, segun se dice en el Dzyan, y se fecundaban a si mismos. Sólo hace 700.000 años, empezarían a hacer lo mismo que los animales; pero el resultado de aquellas nuevas fecundaciones serían horribles monstruos. Éstos no se habian podido librar de la forma de creación de las bestias, llegaron a depender de los animales y se embrutecieron cada vez más, como éstos.

También en el libro se menciona que en el año 9564 A.C. se hundieron grandes franjas de tierra ante las actuales costas de Cuba y Florida. Posiblemente una de éstas tierras sea la legendaria Atlántida.


La Estancias del Dzyan está declarado como el Libro más antiguo del mundo, debido al año en que fue encontrado y descrito por su material que datan de eras en las que el ser humano ni siquiera aparecía en la tierra. Se cree que proviene del espacio o que fue forjado por seres mitológicos (dioses o divinidades).

La primera persona que tuvo el Libro en sus manos fue Madame Blavatsky (H.P. Blavatsky) cuyo suceso la inspiró a escribir obras relacionadas con aquél Libro, cabe destacar "La Doctrina Secreta", su principal obra dividida en varios tomos ahora ocultos en bibliotecas de monasterios. Pero de cree que Blavatsky no tuvo en sus manos la versión original de Las Estancias Del Dzyan, sino que una réplica hecha para esconder la verdadera en manos de una entidad desconocida hasta hoy.

Las Estancias Del Dzyan, como Libro en sí mismo, no posee texto alguno, sino que es un libro místico lleno de objetos simbólicos cuyo significado sólo pueden apreciar personas con poderes psíquicos extremadamente altos, designados como "elegidos" para apreciar la obra. Hasta el día de hoy, Madame Blavatsky fue la única que pudo describir el significado de esos símbolos (a pesar de que haya portado sólo la réplica) lo que lo designa como ilegible.

La Estancias Del Dzyan está compuesto por páginas en blanco con figuras geométricas en el centro de la hoja, la de la primera página es un elpise blanco, la de la segunda, un elipse blanco con otro más pequeño y negro en su centro, y asi sucesivamente con diferentes formas. Obviamente su significado es relativo dependiendo de quien observe los mismos, es decir, de la impresión o de la visión que puede sufrir al apreciar las figuras.

La Estancias Del Dzyan es el único libro del mundo del cual hay relativamente muy poca o casi nada de información en internet y los medios en general (Se promociona y vende en internet un libro llamado Las Estancias Del Dzyan, sin embargo se titula en realidad así a la obra escrita por H.P. Blavatsky, relacionada con el mismo libro).
Es uno de los libros más temidos y escondidos por los ocultistas, debido a su extraño e ignoto origen. A finales del siglo XVIII y en los albores del XIX el astrónomo francés Bailley hace alusión a un libro llegado de la India, pero cuya procedencia era “venusina”. En el siglo XX, Louis Jacolliot da al enigmático libro el nombre al que se hace referencia en esta parte, como uno más de la larga lista de libros cuyo contenido parece poseer dinamita, también éste determina que aquellos que lo poseen sufran extraños accidentes.


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